Capítulo 7

Un hombre muy alto, de complexión delgada y muy ejercitado, de unos cuarenta años que ni se le notaban, entrajado y con corbata, dio un golpe seco en su escritorio con violencia. 

El susodicho no era ni más ni menos que el señor Seto Kaiba. Estaba molesto, muy molesto. 

—Tranquilízate un poco. Es nuestro hijo, y solo quiere que le prestes más atención —dijo la mujer albina con la que estaba casado. 

—¿Más atención? ¿Destruyendo mi imagen, avergonzándome con mis clientes y la prensa? —Su esposa bajo la mirada apenada—. Le confié la tarea de representarme en una negociación con una corporación coreana y nunca llegó a la reunión. En su lugar viajo a Milano con el hijo de Pegasus a bailar en una disco. Tuve que enviar a nuestra hija a persuadir al presidente Ming de terner la reunión con ella, en un horario que no era el acordado. Con ese viejo mujeriego, porque su hermano no es lo suficientemente hombre para atender sus responsabilidades. Yo siempre puse el bienestar de Mokuba primero.

Hizo un poco de silencio y no pudo contener la furia. Tomó el computador y lo lanzó contra la pared tan fuerte que este explotó. 

—¡No le importa Kaiba corp! —grito furioso—. Solo quiere fiestas, mujeres y gastarse mi dinero con sus amigos. —Miro a su esposa con el seño fruncido. No era culpa de ella—. Kisara, se que te dolerá, pero cuando regrese no podrá ingresar a la mansión. Le ordenaré al personal que no le dejen poner un pie en mi propiedad. Que se pague un cuarto de hotel con su dinero o que duerma bajo un puente, ya no me importa. 

Su esposa lo abrazó por la cintura y apoyó su rostro en su pecho para llorar con tristeza. Aun así sabía que su hijo estaba demasiado rebelde y podría causarle mucho daño a la corporación con sus malas acciones. Lo único que podía hacer como madre y esposa era pensar con la cabeza fría una manera de que su hijo y su marido hicieran las paces. 

En la casa de Yugi Muto:

—Hola Makoto Kun —saludo Yugi al hijo de Jonouchi—. ¿Buscas a mi hija?

—Bueno, si. Quería hablar con ella. 

—Pasa —dijo el mayor desordenando el cabello del adolescente rubio—. Esta arriba. 

—¡Gracias tío Yugi! —dijo Makoto y subio corriendo las escaleras, dispuesto a arreglar las cosas con su amiga. 

Era consciente que antes se divertían todos juntos, pero al ir creciendo más empezaron a olvidarse del verdadero significado de la amistad y a preocuparse más por la apariencia, por ser cool a los ojos de los otros estudiantes. 

Y se olvidaron de Miku no intencionalmente. 

Llegó a la puerta del cuarto de la niña y notó que estaba abierta. No estaba muy seguro de que hacer. 

Abrió un poco y miró adentro quedando muy sorprendido. 

—Miku ¿Por qué lloras? —preguntó entrando en su habitación. 

—¡Makoto kun! —grito asustada y escondió el celular tras de sí. 

—Yo venía... —quiso explicar pero se dio cuenta de que algo estaba mal—. ¡Dejame ver! —dijo de prepo y se abalanzó sobre ella quitándole el celular. 

—¿Qué haces? ¡No! ¡Deja! —se quejó enojada mientras se secaba las lágrimas e intentó quitarle el celular, pero no lo logró al ser mucho más pequeña que el. 

—¿Desde cuando te hacen esto? —preguntó el rubio intentando no llorar de la rabia al leer el mensaje:

"Eres una tonta.  No importa que Megumi Kaiba te defienda. No te dejaremos en paz ¿Por qué eres tan fea? ¿No haz pensado en operarte la cara? ¡Nos da asco verte! Si le dices a alguien es porque eres una débil y no te puedes defender sola."

—Yo, no quiero hablar de eso, —dijo en voz baja la tricolor mirando al suelo con vergüenza. 

—¡Dime quien es el que te molesta y le romperé la cabeza! —grito furioso el rubio de ojos violetas, hasta que notó que Miku no respondía y seguía llorando—. Lo siento mucho. Es mi culpa por no darme cuenta antes, por no estar ahí para ti, —se disculpo apenado y la abrazo con cariño. 

—Yo... ¿Por qué viniste? —ella intentó cambiar el tema. 

—Quería invitarte a salir con todos nosotros a donde tu quieras —dijo sin dejar de abrazarla. 

—No quiero ver a nadie —dijo triste y se abrazó del rubio. 

—¿Y solo conmigo? —preguntó mirándola a los ojos y ella asintió moviendo la cabeza. 

Por otro lado un joven totalmente cansado por haberse ido de fiesta, solo quería dormir. Pero al parecer el personal de seguridad se había vuelto loco y no le dejaban ingresar a la mansión Kaiba. 

Frustrado por la situación, Seto Kaiba Jr llamó a su tío por teléfono para que le ayudara con eso.

—¡Tío Mokuba! Estoy en el portón, no me dejan entrar. ¡Haz algo! —exigió con tono de voz de niño, que esta por hacer un berrinche si le dicen que no. 

—Por favor Junior —dijo el adulto cansado—. No puedo hacer nada por ti. Mi hermano te echo de casa hasta que aprendas la lección y clausuró tus tarjetas de crédito. 

—¡Eso también! —grito molesto el chico castaño—. ¡¿Vez?! ¡Mi padre me odia! ¿Por qué no manda que me maten? ¡Sería más fácil!

—¡No digas idioteces Junior! —Esta vez la voz del vicepresidente era de enojo total—. Te salvé de ser castigado cuando apostaste dos millones de dólares de la corporación y perdiste. También te salve cuando recién habías sacado la licencia de conducir a principio de este año y por conducir borracho lastimaste a una señora. No fuiste a prisión pero la prensa hablo y comprometiste la imagen pública de tu padre. 

—¿Vas a recordarme todo lo que hice mal? —se quejó el adolescente. 

—¡Si! ¡Porque quiero que cambies! —grito el hombre y el más joven guardó silencio—. Te dejare entrar para que tomes alguna de tus pertenencias y te largues. 

La llamada se cortó y el pequeño Seto miró al suelo mientras se acariciaba el cabello tratando de no llorar. 

En la casa de Atem y Anzu los jóvenes ayudaban a hacer la limpieza ya que la bailarina castaña no podía moverse mucho por lo delicado de su embarazo. 

—Tía Anzu ¿Donde guardo las toallas que acabo de doblar? —preguntó Izumi Jonouchi con amabilidad. 

—En el estante de arriba de mi ropero. ¡Gracias linda! —fue la respuesta de la esposa del faraón. 

La joven rubia corrió feliz con las toallas en la mano para guardarlas mientras Hayato y Mei enceraban el piso;

Berenice tendía al sol la ropa recién lavada y su padre Atem cortaba el césped aprovechando el feriado no laboral. 

Aknamkanon por su parte estaba ganando algo de dinero al ayudar en la barbería de cerca de su casa.

Un hombre grande y musculoso con una barba espesa y abultada, entró al establecimiento y se sentó frente al espejo. 

—Chico, quiero algo diferente y que me haga lucir bien masculino —dijo el hombre robusto al joven egipcio—, tengo una cita con una mujer bonita y quiero quedar bien.

—¡Por supuesto! Le mostraré algunas opciones. —El moreno tomo una carpeta con fotos de distintos cortes de pelo y se la extendió al hombre explicándole cuáles estaban más de moda. 

El televisor estaba encendido como siempre en el canal Mundo Duelo, donde pasaban las veinticuatro horas del día los mejores duelos del país y del mundo.

Aknamkanon seguía hablando con el hombre y se detuvo un poco para mirar el televisor y suspiro.  Quería ser un profesional, no por el echo de serlo y ya, sino para batirse a duelo con los mejores del mundo. 

Su cliente eligió un corte de cabello y barba y el moreno tricolor se puso a hacer su trabajo con una maestría increíble. 

"¡Mundo Duelo! El canal del duelista, tu canal... ¡Ralf Mckenna de Estados Unidos vs Megumi Kaiba de Japón, después del corte!" 

—Megumi... —murmuró el egipcio sin dejar de hacer su trabajo. 

Cierta emoción recorrió su cuerpo y su corazón se aceleró de golpe. 

—¡Eso si que es un duelo! —grito el hombre barbudo antes de proseguir—, a pesar de ser mujer es increíble, mejor que muchos hombres. ¡Y hermosa! Mckenna no podrá ganarle. 

Aknam se ruborizó al recordar cuando la conoció. Cuando la chica lo enfrentó para defender a su molesto hermano. 

Luego  volvió en si y le recriminó al hombre su tonto comentario. 

—¿Cómo que "a pesar de ser mujer"? —preguntó molesto pero no lo dejó contestar—. Vuelve a decir algo así y saldrás calvo —amenazó. 

El hombre no dijo nada y el joven siguió cortando su cabello. 

Los comerciales pasaron y el duelo dio comienzo.  Dos hombres más que estaban en la barbería se colgaron a la espalda la bandera de Japón y empezaron a gritar muy descontrolados apoyando a la castaña. 

Aknamkanon dejó su tarea por un rato para observar el duelo. Se veía increíble: sus movimientos al robar una carta, al invocarlas al campo, como movía con gracia sus brazos delgados. Sus dedos largos y finos sosteniendo sus cartas. Se parecía mucho a su padre en su forma de moverse y la potencia de su voz al relatar sus jugadas mientras se burlaba y humillaba a su oponente. Pero eso movía algo en el interior del joven egipcio que no podía definir. Los ojos azules de la chica, brillan ardientes por la adrenalina del momento. 

—El azul se está convirtiendo en mi color favorito —dijo el hijo de Atem mientras posaba su mano sobre su corazón creyendo que ya sabía lo que le pasaba: Quería un duelo con ella.

El duelo terminó en cinco turnos con la victoria de Megumi. Todos gritaron de la emoción y el egipcio prosiguió con su trabajo. 

Mientras en el centro comercial de Domino:

—Mira Miku, se que no quieres que me meta pero si lo resolveras tu, yo quiero ayudarte. 

La preadolescente de cabello tricolor picudo y ojos aguamarina miro al rubio de ojos violetas y lo abrazó con timidez. 

—No es que no quiera tu ayuda, pero, no quiero que piensen que no me se defender por mi misma. 

El rubio le acarició el cabello a la más joven mientras miraba a un punto en la nada intentando pensar una solución. 

—¡Ya se! —grito él muy animado a la vez que la tomaba de los brazos alejandola un poco para poder mirarla—. Yo te dire que decir y hacer, para que te dejen de molestar —hizo una pausa y prosiguió—, tienes que ser menos tímida y más segura de ti misma. 

Ella lo pensó un rato y luego sonrió más animada. 

—¡Esta bien maestro Makoto! Enséñame a ser popular. 

El chico sonrió y la tomo de la mano para pasear por el lugar. 

—Antes que nada parate recta y mira al frente, nunca mires el piso. —Ella asintió a las palabras de su querido amigo y levantó la cabeza intentando sentir seguridad—. Bien, ahora iremos por un helado.

—¿Podemos comerlo donde no allá mucha gente? —preguntó al ver que la heladería estaba llena de clientes. 

—¡No! —dijo él mirándola decidido—. Mi plan es ayudarte y se que te da vergüenza comer en público. Si sigues mis instrucciones y te esfuerzas, nunca más serás molestada.

Ella suspiró cansada pero lo siguió aun mirando al frente y no al piso. Cambiaría, sería mejor, por ella misma y como agradecimiento a los que confiaban en ella.

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